Desde una perspectiva social, Japón es el país por excelencia a la hora de enfocar el problema de la adicción al trabajo. A diferencia de otras adicciones, en la sociedad actual japonesa, la adicción al trabajo es bien vista, admirada, apoyada y hasta premiada, lo que la hace terriblemente resistente y peligrosa.
Cerca de 10,000 muertes al año en Japón son atribuidas a “Karoshi”, término utilizado para referirse a la muerte súbita por exceso de trabajo. El “efecto Karoshi” como ha sido llegado a ser conocido a través de todo el mundo, no sucede por la intensidad que una jornada de trabajo pueda requerir, sino por el sostener estas jornadas de trabajo por periodos largos y continuos, sin periodos intermedios de recuperación.
Su nombre viene de la primera persona que se considera falleció a la edad de 29 años como consecuencia de un esfuerzo profesional extremo tanto en horas como en actividad. Se calcula que más de 10.000 japoneses mueren al año de Karoshi y empiezan a documentarse casos en China. La muerte por Karoshi es súbita y sobreviene por derrame cerebral o insuficiencia cardiaca o respiratoria debido al exceso de fatiga, que produce tensión alta y arterioesclerosis.
El efecto Karoshi se desarrolló en 1945, Japón sufrió la primera derrota de su historia y, después de la guerra, fue un país de bajos salarios. Los japoneses se acostumbraron a trabajar muchas horas para subsistir. Puesto que los sindicatos colaboran con las empresas, los conflictos laborales son relativamente raros. El número de horas mide la lealtad y la cooperación del trabajador y se convierte en un criterio de promoción. Los trabajadores no son obligados a trabajar muchas horas, sino que desean trabajar para sus empresas, como si fueran su propia familia. La vida laboral tiene prioridad sobre la familiar. Estas jornadas tan largas han contribuido al espectacular desarrollo económico de Japón en la actualidad.
En éste país, se censó que la adicción al trabajo de forma aislada, era directamente responsable de la muerte de 147 personas y de 66 suicidios o intentos de suicidio tan sólo en el año 2006, como consecuencia directa de una presión insoportable en la esfera laboral.
Se observó, que muchos de éstos empleados habían muerto por un ataque cardíaco repentino que tuvo lugar en las mismas oficinas donde sufrían el estrés laboral prolongado, como resultado de horarios desproporcionados que alcanzaban promedios de 1.801 horas al año por asalariado.
La cultura organizacional que destaca en las empresas de Japón está centrada en la cultura de trabajo obsesivo, y para estas “trabajar” un gran número de horas (cultura de presencia) significa tener una alta dedicación al trabajo e implica una mejor promoción profesional.
Cuando alguien se va del trabajo a la hora de salida que corresponde según su horario laboral, estas empresas lo interpretan como una falta de motivación que, en ocasiones puede ser penalizada haciendo más difícil la promoción profesional. En este tipo de empresas, los altos ejecutivos son determinantes para fomentar esa “cultura de presencia”, que no significa que sea más productiva sino más bien al contrario, debido a sus hábitos de trabajo y sus exigencias sobre los subordinados, lo que acaba generando la adicción al trabajo entre muchos de sus empleados, puesto que convierten a los adictos al trabajo en modelos a seguir por el resto de sus compañeros, en lugar de recomendarles que traten su adicción para conseguir un equilibrio en su vida que les permita incrementar su productividad sin olvidarse de su familia, amigos y aficiones.
Los casos de muerte han ocurrido en todo tipo de industrias, desde plantas de montaje de coches hasta restaurantes de comidas rápidas y bancos. El Consejo japonés del trabajador, considera que la causa básica de estas muertes hay que buscarlas en la gestión empresarial del sistema japonés y rechaza las sugerencias de que los propios trabajadores son responsables de su muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario